Todos los ángeles del Infierno by Miriam Mosquera

Todos los ángeles del Infierno by Miriam Mosquera

autor:Miriam Mosquera [Mosquera, Miriam]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Fiction, Fantasy, General, Juvenile Fiction, Fantasy & Magic, Love & Romance
editor: Faeris Editorial
publicado: 2024-02-14T23:00:00+00:00


Cuando abrí los ojos había dejado de llover. El aire olía a humedad y las paredes de la fortaleza estaban mojadas, pero el único rastro que quedaba de la tormenta era el eco de un goteo lejano. El cielo estaba gris, como siempre, pero ya no había nubes en él. Y eso era una buena señal.

Aunque algo mareada, me sentía sorprendentemente bien. Y estaba cómoda. Por un segundo me planteé quedarme tumbada, descansando, escuchando el tranquilo canto de los pájaros en el exterior; pero entonces me di cuenta de algo. Había alguien a mi lado.

Me incorporé de un salto y levanté la kinjara.

—Buenos días —me dijo Aleph. Tenía el pelo oscuro revuelto y el torso desnudo. La quemadura dorada que le había hecho en el callejón había desaparecido—. He intentado despertarte hace un rato para que dejaras de molestarme con tus ronquidos, pero no lo he conseguido. Te juro que parecías un oso.

¿Me había dormido al lado de un demonio? ¿Yo? ¿Pero qué narices me pasaba?

—¿Qué me has hecho? —le pregunté, comprobando que estaba entera.

Aleph esbozó una sonrisa divertida y se incorporó, hasta quedar con la espalda apoyada contra la pared. Se apartó la tela que le había puesto en torno al abdomen por la noche. Aunque mi primer impulso fue el de mirar la forma en la que se tensaban los músculos de sus brazos, los ojos se me fueron directos a la herida de la daga. Estaba cerrada. No se había curado del todo, pero sí había cicatrizado. ¿Cómo era posible? ¡Esa herida había estado a punto de matarlo!

—Más bien qué me has hecho tú a mí —me respondió. Sus ojos brillaban más rojos que nunca—. Me has salvado la vida.

Fue entonces cuando lo recordé todo de golpe; las flores, el fogonazo de luz de mis tatuajes, una energía inexplicable recorriéndome las entrañas. Me apresuré a quitarme la venda improvisada que me había puesto Joaquín en el brazo para ver el flechazo que me habían hecho las mujeres-ciervo en el Alcázar. Tal y como sospechaba, también se había cerrado.

—Siempre te has curado muy rápido, ¿verdad? —me preguntó el demonio.

Lo miré y él volvió a sonreír. Aunque seguía pareciendo cansado, ya no había ni rastro de la debilidad que había visto en él la noche anterior. Eso, aunque me tranquilizó, también me puso nerviosa. Por fin podía llevarme hasta la Alhambra, pero volvía a ser el demonio fuerte, irónico y seductor que había intentado matarme. Y eso era peligroso.

—Conozco a los ángeles más de lo que crees —añadió.

Hizo un esfuerzo por levantarse del suelo y yo, que seguía sin fiarme de él, acerqué un poco más la kinjara a su rostro.

—No te muevas.

—Mira, no podemos seguir así. Si vas a apuñalarme cada vez que intente moverme, no vamos a llegar nunca hasta la Alhambra. Esto me apetece tan poco como a ti, pero no tenemos más remedio que hacerlo. Dale las gracias a tu novio.

—Lávate la boca antes de hablar de Joaquín —lo amenacé, haciendo que el filo de la kinjara acariciara la piel de su rostro.



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